Desafío franco-alemán al populismo en Europa - Ecos del Estado

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23 enero 2019

Desafío franco-alemán al populismo en Europa


Mucho simbolismo y poca novedad. Así es el pacto de amistad que ayer firmaron la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, en la ciudad de Aquisgrán, adonde cientos de 'chalecos amarillos' trasladaron su protesta. El Tratado , de 16 páginas, «actualiza» el suscrito hace 56 años en París por Charles De Gaulle y Konrad Adenauer y, aunque necesita ser ratificado por los parlamentos nacionales para su entrada en vigor, ya cuenta con el rechazo de populistas de franceses, que hablan de «alta traición», y de alemanes, que temen ser más alineados aún.

Es precisamente el nacionalismo el objetivo primero a combatir por el eje franco-alemán renovado, una larva que carcome Francia a través el Frente Nacional, se ha enquistado en el país vecino con Alternativa para Alemania (AfD) y se manifiesta desde la oposición y desde Gobiernos en toda la Unión Europea. «El mundo ha cambiado y necesitamos un nuevo pacto que consolide los fundamentos del Tratado del Elíseo», afirmó Merkel, consciente de los nuevos tiempos en la UE están marcados por la amenaza de populistas , nacionalistas y el Brexit. «Por primera vez, un estado miembro va a dejar la UE», lamentó.

Macron calificó el Tratado de «indispensable» y dijo que, con él, Alemania y Francia «abren un nuevo capítulo»: «Damos un nuevo paso, a partir del fundamento de la reconciliación» y por una «Europa mas fuerte y capaz».

El Tratado de Aquisgrán, sin embargo, no añade votos a los que ya se prometieron Francia y Alemania en la posguerra, salvo alguna que otra referencia que desmiente las teorías conspirativas promovidas por los ultranacionalistas galos, entre ellos Marine Le Pen. Contra la supuesta disposición de Francia a ceder a Alemania su asiento en el Consejo de Seguridad, lo que mermaría el poder de la República, el documento habla de trabajar juntos para que Alemania pueda acceder a ese órgano. La formulación queda lejos de lo que propagaba Le Pen y también de lo que sugirió hace unas semanas el vicecanciller y ministro de Finanzas, Olaf Scholz. Este socialdemócrata con poca experiencia en política exterior sugirió a Francia poner su escaños en manos de la UE, para que sea la voz de los europeos y no la de los franceses la que se oiga en Nueva York.

El texto, además de una serie de actuaciones de ámbito bilateral, promete impulsar la cooperación económica y en materia de seguridad, incluyendo una zona económica franco-alemana con reglas comunes y una cultura militar común que contribuya a la creación de un Ejército europeo y nuevos proyectos armamentísticos. Esta referencia es singular, dado que Alemania ha prohibido unilateralmente la exportación de armamento a Arabia Saudí provocando con ello graves consecuencias a los socios Airbus, el proyecto común de Eurofigther se tambalea y a ello se suma que hace sólo unos días la propia Merkel cuestionó la viabilidad de un Ejército europeo.

Es por ello que el espíritu del Tratado está más en la demostración de fuerza que hace ante el populismo y los euroescépticos «la vieja Europa» como diría el ex consejero de Seguridad estadounidense Donald Rumsfeld. Desafío del viejo motor europeo a los jinetes del Apocalipsis. Porque si Le Pen acusa a Macron de «un acto que bordea la alta traición», el copresidente de AfD, Alexander Gauland, denuncia que París y Berlín se proponen un súper bloque dentro de la UE. «Como populistas, insistimos en tomar las riendas de nuestro propio país. No queremos que Macron lleve a cabo sus reformas con dinero alemán», sostiene Gauland y añade que «la UE está profundamente dividida y una relación especial franco-alemana no sólo es cuestionable, sino si nos alineará más en el futuro».

No son los únicos que piensan así. Matteo Salvini, ministro de Interior italiano y líder de la ultraderechista Lega, declaró a primeros de mes que tiene la intención de combatir el europeísmo del eje franco-alemán con el euroescéptico eje italo-polaco. Desde Viena, el canciller, Sebastian Kurz, habla de otro eje, esta vez «contra la inmigración ilegal». Y si a eso se suma el Brexit y las actuaciones soberanistas de los dirigentes del Este, el llamado grupo de Visegrado, la resistencia a la que Merkel y Macron deberán hacer frente es de órdago.

Así lo entienden al menos los grandes barones de la política alemana. El presidente del Bundestag, el veterano Wolfgang Schäuble, pide «más ambición en política comunitaria» y el ministro de Asuntos Exteriores, «más trabajo al servicio de una Europa fuerte y capaz». El defenestrado Martin Schulz, ex presidente del Parlamento Europeo y del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) fue más explícito y culpó a Merkel del poco tirón que tiene actualmente Alemania y Francia en la UE. «No está ayudando al presidente Macron en sus reformas». De la misma opinión es el diputado Achim Post: «Merkel ha dejado que las iniciativas para la UE de Macron caigan en saco roto».

La canciller, efectivamente, nunca fue Helmut Kohl en política europea, pero lo cierto es que Macron, pese a la fulminante entrada que hizo en el Elíseo, se ha caído como un soufflé. La canciller está de salida y Macron lucha por su continuidad, dos gigantes por tanto con pies de barro pero los únicos que aún pueden prevenir un ocaso.

Asistieron a ceremonia de la firma el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker; el del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el de Rumania, Klaus Johanis, país que ejerce este semestre la presidencia comunitaria. Una declaración de los invitados destacó sobre las demás: «Me gustaría creer que el nuevo Tratado franco-alemán revivirá la fe en el significado de solidaridad y unidad», dijo Tusk. Le siguió una advertencia en contra de que la alianza entre París y Berlín actúe por su cuenta y se convierta en una de las muchas que se forman en el seno de la UE amenazando con ello la idea de Europa y la integración.


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